La ciudad siempre ha sido un escenario de transformaciones. Las direcciones, los flujos, las formas en que las personas se apropian de los espacios cambian, los deseos cambian, surgen nuevas demandas, surgen nuevos lugares. Tal abundancia, si bien permite un carácter innovador y cambiante a la ciudad, también tiende a exigir flexibilidad programática y estructural de la arquitectura. En el último año, especialmente, pudimos seguir, a una velocidad vertiginosa, grandes cambios en las ciudades y sus espacios. La pandemia trajo consigo nuevos paradigmas, alterando repentinamente órdenes establecidos desde hace mucho tiempo. Las casas se convirtieron en oficinas, las oficinas quedaron desiertas, los hoteles fueron reemplazados por camas médicas y los estadios se transformaron en hospitales. La arquitectura, en medio de todo esto, tuvo que mostrar su flexibilidad albergando usos antes inimaginables. Una adaptabilidad que parece ser cada vez más la clave para crear espacios coherentes con la forma (y velocidad) en que vivimos.
Esta adaptabilidad, a pesar de haber sido evidenciada por la pandemia, principalmente porque la situación impuso un ritmo de adaptación mucho más rápido, impregna toda la historia de la arquitectura. Proyectos emblemáticos como SESC Pompeia o la Pinacoteca de São Paulo llevan capas de otras épocas y otros usos, simbolizando una preocupación sostenible en relación a la arquitectura, entendiendo la inmovilidad del edificio como una potencialidad.
En este proceso, hay una resignificación de lugares que influye en el imaginario urbano y el sentido de pertenencia al espacio. Sin embargo, a diferencia de las obras permanentes antes mencionadas, que dan una supervivencia a los viejos espacios ociosos, el proceso de adaptabilidad urbana frente a la pandemia emergió con mayor complejidad, no solo por el perfil temporal de las apropiaciones, sino también por la carga psicológica y emocional que trajeron estos cambios de uso. La adaptación de los estadios de fútbol a hospitales de campaña es quizás uno de los ejemplos más emblemáticos de la situación. Los céspedes, que solían ser escenarios de entretenimiento y esparcimiento, generan dolor y angustia en un momento oscuro de la historia humana en el que el legado deportivo, como tantas otras estructuras, tuvo que cumplir su rol social.
Las arquitecturas efímeras pululan, por tanto, entre grandes estructuras, dando un nuevo significado a lugares llenos de simbolismo. Guiados por el concepto de fugacidad, responden prontamente a una situación de emergencia, sacando a la luz una apropiación muy contemporánea de tipologías inspiradas en las ocas indígenas, carpas de circo o iglús, que hoy en día se instalan para salvar vidas.
En el contexto de la pandemia, los estadios fueron elegidos para albergar los hospitales de campaña, principalmente por su tamaño y su compleja estructura, preparados para recibir una gran afluencia de personas. La ubicación también fue un punto positivo, ya que están debidamente insertadas en la red urbana y logística. A los pocos días, los campos se transformaron en cientos de camas. La unidad Gimnasio Ibirapuera con 268 camas, por ejemplo, se implementó en solo 15 días. Para lograr esta impresionante velocidad, la elección del proceso de construcción ideal se ha vuelto esencial. En Brasil, la gran mayoría de los hospitales temporales se realizaron mediante el sistema de tracción, el más característico de la arquitectura efímera de emergencia. Su estructura está formada por piezas rígidas en metal, madera o incluso plástico con montaje rápido y sistema flexible. Estas estructuras, muy habituales en eventos y ferias, se adaptaron a tal efecto en una maraña laberíntica de carpas de lona ignífuga, mamparas y suelos elevados.
Sin embargo, también cabe mencionar el gran reto que se impone a los arquitectos responsables de las obras, principalmente porque es una novedad para todos los implicados, sin un modelo a seguir, conjugando un proyecto de gran complejidad con un tiempo de ejecución muy corto. Un programa completamente diferente, incluso al de otros hospitales de campaña, con la necesidad de espacios bien definidos y separados debido a la transmisibilidad del virus.
Entre los estadios que recibieron este sistema se encuentran el Pacaembu, en São Paulo, con capacidad para 192 camas, el Maracanã, en Río de Janeiro, con un total de 400 camas, el Complejo Deportivo Cultural Octávio Mangabeira, en Salvador, con más de 100 plazas, entre otras. La idea fue replicada desde otros países que adoptaron la misma estrategia, entre ellos algunos estadios de fama mundial como el Signal Iduna Park, del Borussia Dortmund en Alemania, que sirvió de hospital de campaña, el Santiago Bernabéu, casa del Real Madrid, que se transformó en un centro de almacenamiento de material médico, y el Tottenham Hotspur Stadium que promovió las pruebas de personas en Londres.
Estos ejemplos muestran cómo la pandemia, en pocas semanas, requirió la construcción de decenas de arquitecturas temporales, pero no solo hospitales de campaña, sino también unidades de cuarentena, almacenes de equipos médicos e incluso cementerios, proyectos desafiantes y edificios que traspasaron las funciones de que estaban destinados originalmente. La posibilidad de erigir estructuras transitorias se volvió ineludible, estratégica e incluso vital, cuestionando la permanencia secular de la propia arquitectura e indicando un cambio en los lazos simbólicos y culturales.
Sin embargo, la pandemia solo puso de relieve una situación cada vez más recurrente. El concepto de arquitectura de emergencia en sí se ha abordado con frecuencia, involucrando a equipos multidisciplinares en la búsqueda de la creación de soluciones de emergencia. Vivimos acosados por crisis humanitarias, migraciones masivas, terrorismo, cambio climático, catástrofes ambientales, entre muchos otros problemas. Situaciones que exigen respuestas arquitectónicas rápidas y precisas, susceptibles de resignificarse y apropiarse. Un contexto crítico en el que construir arquitecturas públicas con un único fin específico se ha convertido en un lujo casi inconcebible.
Como característica de nuestro tiempo, la volatilidad acaba exigiendo soluciones flexibles a los cambios constantes, ya sean de origen individual o vital, dejando un recordatorio de que todos somos susceptibles a lo impredecible.
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